Los paisajes ocres de Aragón

Uno de los elementos más singulares del paisaje aragonés es sin duda el Ebro, su presencia de es una importancia máxima. Es el gran cauce de agua que permite allá donde baña la tierra que surja una huerta riquísima.

Pero de la misma manera que los antiguos egipcios distinguían una tierra de la vida y otra de la muerte según esta estuviera regada por las aguas del Nilo, podemos ver algo similar en Aragón.

Fuera de las zonas donde la tierra puede calmar su sed en el cauce del Ebro, el paisaje toma una fuerza diferente. La sequedad es notable, el viento continuo y el sol apenas encuentra qué lo pare. Es un campo de infinidad de tonos ocres interrumpidos por la vegetación parda. Son parameras, espacios donde nada entorpece la vista y apenas vemos algo más alto que un arbusto en kilómetros.

Son lugares que alimentan una idea de recogimiento, cuyas enormes proporciones y extensiones hacen surgir la idea del recogimiento y la reflexión. Llanuras bélicas y páramos de asceta, que diría Machado. Estos son espacios interesantísimos, pues no abundan los desiertos en Europa.

Las tormentas de verano son espectaculares en estos entornos, cuando son eléctricas son un verdadero despliegue del poder de la naturaleza.